jueves, 27 de noviembre de 2008



Casi nació...


Hoy es un día de tristeza para las personas, pues el Congreso Nacional -magro escenario de los motines políticos-, ha negado existencia al defensor de los derechos del pueblo ante los abusos de los órganos y agentes del Estado.


El parlamento ha informado: "La iniciativa legal, que buscaba resguardar los derechos de las personas ante actos u omisiones de los órganos estatales y privados responsables de la satisfacción de las necesidades públicas, recibió 64 votos a favor, 26 en contra y 6 abstenciones. Por tratarse de una reforma constitucional requería 3/5 (71 votos) para ser aprobado".


Es decir, necesitó de 71 insignificantes votos para nacer y servir a este país que necesita tanto ser escuchado. Insignificantes son quienes no votaron o si lo hicieron, fue en contra.


Ojalá que el pueblo castigue a aquellos que votaron en contra y la noticia se extienda por todo el país, pues ese engendro de la política no merece ser legislador. No merece el calificativo de honorable quien vota en contra de una figura tan significativa para las personas.


Estoy abatido por la noticia. Esperaba que surgieran voces importantes en esta temática, pero mi espera fue en vano. No se logró el quorum.


Valga este comentario como una arenga en contra de quienes componen en esta época la legislatura que ha pasado de ser honorable a ser moralmente reprochable.


No basta con aprobar proyectos de leyes retrógradas que dejan contentos a unos pocos y sin embargo, dejan en la indefensión a los muchos que hacen del día a día una forma honesta y paupérrima de vida en este país.


Mi enojo va hacia esos que se dicen demócratas, pero que ven en la figura del defensor del pueblo una especie de amenaza a sus propios intereses.


Ya lo fue una vez la reforma procesal penal que creó la figura de los fiscales del Ministerio Público, institución que ha demostrado ser la más genuina y evolutiva señal de progreso en materia de derechos humanos.


¡Sí, de los derechos humanos, válgame!


El fiscal arremetió con fuerza en un mundo en el que todas las conductas humanas deben regirse por normas éticas que guarden consonancia no sólo con normas estáticas como las constitucionales, sino que con aquellas normas de convivencia social, tan necesarias hoy en un mundo que por globalizado, ha permitido el genocidio de las ideas.


Mientras debatimos acerca de la inconveniencia o no de aceptar el 10% de reajuste salarial -que lo único que crea es una presión inflacionaria desmedida-, dejamos de lado el imperativo categórico que la ciudadanía de este país le ha concedido a quienes legislan cada cuatro años.


Los culpables somos nosotros mismos, pues nos dejamos gobernar por gente que prefiere jugar a la pelota, que apoya movimientos que van en su propia y descomunal interés -reajuste del sector público-, que vota en contra de proyectos emblemáticos para las personas.


Se envía una señal de vanal esperanza a quienes luchan día a día, a quienes de mortifican día a día por sus hijos, a quienes renuncian cada cuatro años a un poco de su restringida libertad para ver concretados sus sueños y que no son retribuidos con cuestiones tan simples como la escucha activa.


Sólo hay que fijarse en el ratting que obtienen los canales de televisión cuando pasan programas de escucha activa o en los cuales se imparte una justicia televisiva a miles de personas que van a esos programas a exponer sus cotidianos problemas.


¿Qué hermoso sería que existieran juzgados de esa naturaleza en nuestro país? Con jueces elegidos por los propios ciudadanos cada 4 o 5 años.


Esto triste y desbordante de improperios y groceros pensamientos hacia esos personajes de cabaret que cada semana dicen trabajar para quienes los eligieron, pero que demuestran todo lo contrario y aún peor, que sólo trabajan para sí mismos.


¡Cómo los odio!

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