martes, 16 de diciembre de 2008

En busca de la Tierra de Sombras

Me encantaría saber de la Tierra de Sombras.
"Vivimos en una tierra de sombras. El sol siempre sale en otro lado" (C.S.Lewis). Cada cuarto de siglo, la pregunta surge solitaria: ¿veremos el sol alguna vez?
No con esa luz que encandila, sino con esa luz que ilumina el mundo, que advierte de la maldad de los seres humanos y de la bondad de otros cuya existencia está marcada por un ideal volteriano de sensatez.
La tierra de sombras se cierne sobre la naturaleza del hombre, creando mundos que no son, entornos que el propio Heidegger se querría. ¿Por qué no? Si la diversidad canaliza los sentires que otrora fueran vendabal de ilusiones desmedidas y de vertiginio engañoso que ocultaba cada centímetro de verdadera sensatez. Hoy no existe la visión más que en palabras sombrías. No existe más que en la imaginación maloliente de mentes que se juran brillantes, pero que no anidan sin el sentimiento pétreo de una visión obstusa y fugitiva a la vez. La visión de la nada, da paso a la diversidad del todo, pero mal entendida, porque crea confusión en las almas de los justos.
Los procesos de migración de capitales hacia las arcas pletóricas de riqueza desmedida, se contrastan con la pobreza de la razón sin razón, de la pasión sin pasión, del deber por el deber mismo.
Ignoro como terminará. Ignoro como empezó. Lo que sé es que un día de estos nos veremos las caras otra vez peleando por migajas. Por intervalos de pueril terrenidad. Por instantes de fulgor impercedero y rabia amontanada por años de consolación.
Y mi rabia llega al cielo y desemboca en las llanuras de la piedad, circunstancia moribunda en las bocas de quienes desean el mal por el bien de pocos. No sin amor quisiera el hombre creer. Creer más allá de la razón y de la sin razón.
Más allá, quizás, de la misma vida o de la misma muerte. Lo cierto es que más allá de, tal vez, el más allá.
Y el juego de las palabras me hace recordar aquellas tardes impábidas, llenas del glamour y la sensual inmolación de las bocas hambrientas de palabras necias y de frases incompletas que no llegan al alma del hombre que escucha.
Y no escucha porque tiene miedo de que esas palabras hagan de su vida un sin sentido, aunque Wittgenstein quiera decirnos que ello es posible sin palabras.
¡Quiero vivir en la tierra de sombras! Quiero marchar sobre los campos de batalla de las ideas constructoras de la piedad y al mismo tiempo sumergirme en las verdes estepas rodeadas de lábil quietud.
Mas ahora, no quisiera ver la luz, aunque ello acostumbre mis ojos a la oscuridad nítida y a la vez miserable, que me conduzca por esa tierra sin necesidad de abrir mis ojos.